domingo, 6 de febrero de 2011

Iguana (I)

Vivi enamorado. Es decir, conocí el amor o algo parecido, y por decir mejor, diré que algunas veces conocí el amor o algo parecido. Porque quien conozca esta historia tendrá mejores elementos para decir lo que ocurrió. Tengo mi propia hipótesis, pero no conviene por ahora que nadie la sepa.

*  *  *

Una mañana fría de septiembre estaba ahí, sentado como muchas otras veces, pensando que la mejor manera de perder el tiempo es aplastarse en una banca de la Alameda para esperar a que pase el amordemivida, el que siempre espero, el que con afán buscaba. Y ocurrió que sí, que ese día ahí estaba frente a mis ojos, del otro lado treinta y trés años de iguana, sentado escribiendo o mirando. Dice que no me vio en ese momento. Yo sí vi, pero siempre espero, soy pusilánime y en cosas del ligue prefiero esperar, porque he tenido pavor a que me digan que no. Claro. Lo peor que puede pasar es que le digan a uno sus verdades, porque en ese momento tenía veintitrés años de inocencia estúpida o un poco mojigata, ambas cosas son sinónimos, veintitrés años de inocencia y una tonelada de mucosidades verdes escurriendo de la nariz que pagaba el pato de los numerosos descuidos de toda una vida.

En el metro Iguana se encontraba después de yo rondar por la ciudad deambulando por la ciudad. Iguana frente al andén, Iguana no se asoma a ver si viene el metro porque no puede pierde el equilibrio Iguana y se cae en las vías puf queda aplastado qué miedo. Lo vi me apuesto entre la gente que hace tantos años no era tanta como ahora años pasan cuántos. Tururú el metro se abre y derrama la gente sus olores sus sabores el río de las miserias humanas enlatadas en un vagón sube Iguana se prende de un tubo. Ahí voy leyendo esperando siempre espero esperando que se dé cuenta de que voy ahí. Ya está. La mano de Iguana se desliza como no queriendo pero sabe a dónde ir sabe lo que busca sabe que ahí está. Pero no contó con veintitrés años de inocencia mojigata y estúpida lo que da pendejez en grado superlativo y me hice a un lado Iguana mira Iguana encuentra mis ojos y sonríe. Yo también.

sábado, 5 de febrero de 2011

El Cincoque era una gran teta

El Cincoque (izquierda) emergiendo en la mañana de entre su sueño de nubes
Cuando vuelvo en la bicicleta al trabajo avanzo sobre un pedazo de carretera lleno de topes en la última recta de casi un kilómetro junto a las vías del tren. A veces vuelvo la vista hacia el poniente y me encuentro con que una silueta negra recorta el azul y oro del cielo en el crepúsculo.

La sensación que me queda es de una irrealidad profunda. Es una gran teta. El Cincoque es una gran teta. Por eso los huehuetoqueños la tienen hasta en su escudo de armas. Del lado que baja al rumbo de San Miguel Jagüeyes está un poco deprimido. La ladera norte que baja a Tepeji está un poco abultada. Y la cima es como un pequeño pezón, donde, para colmo, a alguien se le ocurrió poner una cruz.

El Cincoque es una teta con piercing.

En los días brumosos es como un seno que emerge de entre gasas vaporosas o triunfa rotundo sobre el vapor de una ducha caliente. A veces está coronado por una hilera de nubes que malamente intentan ocultar la excelsa perfección de ese cerro. Carajo, no he visto un pecho femenino más perfecto que el Cincoque. La Madre Tierra es demasiado buena. Y también lo está. 

Quizá por eso los huehuetoqueños quieren tanto al Cincoque.